Muchos son los que las desmienten. Para ellos, no existen ni la adicción al sexo ni tampoco la adicción al trabajo.
Dicen que ninguna de las dos debe clasificarse como enfermedad entre otras razones, porque ni la una ni la otra están incluidas en el manual norteamericano de los trastornos mentales.
Sin embargo, argumentan los que sí las validan, el trabajo y el sexo llevan a verdaderas adicciones. Comportamientos compulsivos que inducen a toda clase de excesos y a entregas totales e incontrolables al sexo o al trabajo. Hasta el punto -¡lo hemos visto en tantas ocasiones!- que por ellas ponen en riesgo hasta lo más preciado que pueden tener, o sea la familia y las ambiciones políticas.
Finalmente, la denominación es lo que menos nos debe preocupar. Porque, como todas las dependencias y todas las adicciones, estas también conducen a sus víctimas a caer en excesos que alteran su salud y dan lugar a trastornos y enfermedades. Entre éstas, la depresión y la mala nutrición.
Hablemos de la adicción al trabajo. ¡Son tantos que la sufren y ni siquiera se dan cuenta de ello! Solo se percatan cuando se hacen visibles los síntomas de la enfermedad o, peor aún, cuando aparecen las complicaciones.
Un adicto al trabajo -o workaholik- es la persona que puede dedicarse largas horas a su trabajo, al desempeño profesional o a toda otra actividad laboral. Largas horas, todos los días, todas las semanas y los meses. Son los que necesitan estar en permanencia conectados con el trabajo al que se entregan sin reservas. Sacrifican familia y vida social y hasta el cuidado de su propia salud porque, de no hacerlo, de desprenderse del escritorio, así sean minutos, les hace sentirse muy mal.
Deberíamos hablar de esta adicción como de un síndrome. Aún es desconocido en amplios ámbitos sociales y hasta laborales. Tampoco es siempre diagnosticado de manera temprana por los médicos. Los síntomas que empieza a sentir el adicto son atribuidos a múltiples causas -ninguna confirmada- lo que lleva a la persona a dos opciones: desconocer su propio malestar o empezar a deambular de un consultorio a otro sin encontrar respuesta adecuada.
Entre otras razones, porque los síntomas son difusos y atribuibles a muchos otros males: dolores de cabeza fuertes y frecuentes, cansancio severo, falta de energía, trastornos del sueño, estrés, malestares estomacales, ritmo cardíaco alterado y hasta hipertensión arterial. Sin dejar de lado una de las principales consecuencias: la depresión.
Entre las manifestaciones más frecuentes -propias a toda adicción- está la incapacidad de desprenderse de sus objetivos, el afán obsesivo de seguir produciendo, de no interrumpir, la necesidad de centrar su existencia y el sentido de su vida en su obsesión.
Pero no todos los adictos al trabajo actúan bajo un mismo patrón. Está el perfeccionista que divide su trabaja en pequeños episodios para darse el tiempo de saborear cada paso y de agregarle detalles hasta sentirse satisfecho. Pero hay el adicto que ni siquiera se da el tiempo de la más mínima pausa. Que se invierte totalmente en su labor y hace abstracción de todo lo que pudiera distraerlo.
Con frecuencia, la entrega total al ejercicio profesional o laboral es consecuencia de serios problemas en el hogar, con la familia o la pareja. En otras circunstancias, empleados o funcionarios que trabajan bajo las órdenes de jefes demasiado exigentes, o que temen por su estabilidad laboral, deciden entregarse por completo al trabajo. Con tal de conseguir la aprobación que, entre otras cosas, nunca produce total satisfacción sino que despierta mayor afán de seguir invirtiéndose en su desempeño.
Las consecuencias pueden demorar en producirse. Depende de cada cual. Pero acaban por manifestarse. Muchas veces se traducen en lo que los americanos llaman el "burn-out", o sea el agotamiento total, físico y mental propio del profesional.
Otra de las consecuencias -que son comunes a otras adicciones- es la malnutrición. En este caso, va en un doble sentido: está el adicto que se olvida de alimentarse. Que no se da el tiempo necesario para almorzar o simplemente omite el almuerzo, que, al llegar a casa, agotado, muchas veces ni siquiera tiene hambre o ganas de comer, que se atiborra de café y otras bebidas excitantes. Que con frecuencia, además, cae en el consumo excesivo de alcohol o de otras sustancias o drogas que, según él, le ayudan a "aguantar".
Por supuesto, esta persona está frente al peligro de sufrir de serios trastornos intestinales y/o de hemorroides, de malabsorción de los alimentos, de faltantes serios en sus reservas de nutrientes y, con frecuencia, acaban con una anemia.
Por el otro lado, está el que se atiborra de comida chatarra -porque es práctica y rápida- y acaba con una sobredosis de kilos y, no pocas veces, con niveles altos de colesterol que le llevan al riesgo de sufrir de infartos y accidentes cerebrovasculares.
Es de más recordar que, al igual que cualquier otro adicto, el que lo es al trabajo requiere de una asesoría profesional para liberarse de su cadena. Claro está que será con un médico internista con quien deberá primero consultar. Pero, de igual forma, le será provechoso acudir al consultorio de un siquiatra quien le ayudará a estabilizar sus estados de ánimo, vencer la depresión y a aceptar que su dependencia le puede arruinar la vida. Aún si él pensaba que los laureles laborales eran suficientes para colmar sus ambiciones y llevarlo a la cima.
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