Sí, el cerebro, órgano maestro, también se inmiscuye en el hambre. O, para decirlo de una manera más clara: el hambre y el apetito son regularizados por una pequeña porción del cerebro, el hipotálamo.
Este es otro señor que disfruta dando órdenes al restante del cuerpo: ejerce el control sobre las actividades viscerales, tiene que ver con el equilibrio de los líquidos, con la temperatura del cuerpo y hasta con la secreción de las hormonas. Como ya dicho, él es el que le da órdenes al apetito y al hambre, decide cuando se ha llegado a la saciedad o cuando el cuerpo, al que le faltan energías, debe empezar a reclamar alimentos.
Por supuesto, el hipotálamo se ve muy comprometido con todas las decisiones pertinentes a la ganancia o la pérdida de peso. Con las dietas y con los desequilibrios nutricionales y la mala nutrición.
Cualquier orden que se emita desde esa pequeñísima porción del cerebro se traduce en un lenguaje que debemos aprender a conocer. Tal es el caso, bastante simple, del momento en que se despierta el hambre. O del momento en que la orden es de dejar de comer porque ya se está exagerando.
En esa región, se centraliza el control del hambre y de allí se emana la orden de adaptar el apetito a nuestras necesidades del momento. Controlar el hambre significa varias cosas: una invitación a comer cuando se requieren energías, otra invitación a dejar de comer, otra invitación más a aprender a seleccionar los que más nos conviene.
El problema es que, con frecuencia, callamos esa voz interior o, como se dice, "nos hacemos los sordos". Y todas esas invitaciones son relegadas a algún recóndito secreto de nuestra mente, testigo y compinche de nuestro desorden.
De hecho, ese centro de control del hambre se estropea en algunas circunstancias precisas. Entre las cuales:
- Cuando las calorías nos entran a través de bebidas: sodas, gaseosas, jugos de frutas, café y té helado o cualquier otra bebida.
- Cuando hay una muy alta concentración de calorías en nuestra alimentación. De allí el interés de programar las comidas con una variedad de opciones tales como un buen plato de verduras crudas y cocinadas. Y de moderar la cantidad de grasas, bizcochos y galletas, postres, caramelos, platos comprados ya preparados y listos para comer, papas fritas y otros productos similares que vienen en paquetes, llenos de calorías y pobres en nutrientes.
- Cuando se consumen carbohidratos de rápida absorción, asimilados con demasiada rapidez. También aquí surge la necesidad de preferir los azúcares lentos a los rápidos (lentos: frutas, verduras, pastas, arroz, ojalá integral, avena, panes hechos con harina integral y varios cereales). Es indispensable además comer verduras que hacen más lenta la asimilación de los alimentos.
- Cuando se lleva una vida sedentaria.
- Cuando no se mantienen horarios y que se come en desorden, a cualquier hora, como respuesta al estrés y/o a las emociones, al aburrimiento y a la falta de oficio. Para ello, son útiles y convenientes sesiones de relajación y la ayuda de sicoterapeutas.
En resumidas cuentas, es muy conveniente escuchar la voz que nos llega desde el cerebro. Con razón muchos aseguran que se debería comer más con el cerebro que con las tripas, más con la mente que con los ojos...
Y también es conveniente acudir a ayudas fáciles de lograr y de poner en práctica. Entre éstas, se recomiendan:
- La práctica de un ejercicio. Rutina permanente, cotidiana. No es necesario abusar ni exagerar. Hablemos de 30 minutos diarios que usted puede realizar de una sola vez o dividir en dos o tres tandas, de a 10 ó 15 minutos cada una. El efecto se hace sentir muy pronto.
- Si usted requirió de la ayuda de un profesional, sea sicoterapeuta o nutricionista, mantenga con él un contacto permanente. No es necesario que sea diario ni semanal sino periódico. Que le de la certeza de que puede contar con él cuando lo necesita. Esto le reforzará su equilibrio y el control del apetito.
- Modifique, si es necesario, la conformación de sus comidas. Incluya siempre verduras leguminosas, frutas. No abuse de las carnes rojas. No se exceda en el consumo de proteínas. Limite los alimentos que no le aportan nutrientes (el peligro es que son a veces tan apetitosos...) y trate de mantener horarios para sus comidas (tres principales y dos adicionales más livianas).
- Limite o descarte las grasas saturadas. Remplácelas por aceite de oliva o de canola.
- Evite de dejarse ganar por obsesiones o de "diabolizar" algunos alimentos porque tienen mala fama... Si realmente y de manera ocasional desea comerse un helado, hágalo. O un chocolate, o una tajada de ponqué o unas papas fritas. Mientras no caiga en el abuso, no se preocupe. Si mantiene su rutina de ejercicios, muy pronto su centro de control del apetito retomará la marcha adecuada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario