Estamos todos enfrentados a un peligro poco despreciable. Y que consiste en el hecho de que las bacterias que nos atacan y que producen en nosotros una multiplicidad de enfermedades, graves, serias, se han vuelto resistentes a los antibióticos.
Lo que significa que los medicamentos que significaron salvar millones de vidas durante décadas se han vuelto impotentes en la lucha contra las bacterias.
Porque estas han cobrado una resistencia tal que sobreviven a los más aguerridos medicamentos. Porque el hombre abusó de los antibióticos, los mal usó, con lo cual las bacterias se cubrieron con una caparazón de resistencia infranqueable que, hoy, les está salvando la vida. Se han vuelto indemnes y, demasiadas veces, salen victoriosas frente la lucha del hombre por aniquilarlas.
Esta semana se celebra en el mundo una campaña lanzada, como grito de alarma, por la Organización Mundial de la Salud. El lema: "Antibióticos: manipularlos con precaución".
Parte de la inmensa preocupación de los científicos cuando observan como las bacterias se están haciendo cada vez más resistentes, más fuertes. Cómo la medicina, a nivel mundial, se está quedando sin uno de sus más poderosos instrumentos en su lucha por salvar vidas. Y cómo existe en todos los países -pobres e industrializados- una falta absoluta de consciencia ante la amenaza inminente de tener que asistir a su propia derrota frente a las infecciones.
Es cierto que los laboratorios farmacéuticos buscan productos más aguerridos, nuevos antibióticos más fuertes. Pero, ¿a qué costo para el hombre? Tratamientos más agresivos, más tóxicos, más costosos. Con resultados quizá mediocres.
Este es el resultado de décadas de mal uso de los antibióticos. ¿Qué ha sucedido?
En primer lugar un punto importante debe aclararse. No es el hombre quien se volvió resistente a los antibióticos, como comúnmente se ha creído. Son las bacterias y demás gérmenes los que se hicieron inmunes a los antibióticos, los que ya no se dejan aniquilar por ellos, los que, no solo sobreviven a los tratamientos, sino que desarrollan fuerzas adicionales para sobrevivir. Es decir que se fortalecen.
De la resistencia antimicrobiana se ha venido hablando desde hace varios años. Cuando, por ejemplo, para combatir una infección por estreptococo A los médicos deben prescribir hoy dosis bastante mayores a lo que hacían unos años atrás. Por ejemplo, cuando varias enfermedades no se combaten con uno solo antibiótico sino con la administración de varios. Y a veces, como es el caso de infecciones hospitalarias, ni siquiera así logran erradicarse.
Por supuesto, a todos nosotros nos incumbe. Porque, aún si no hemos sido tratados con antibióticos en muchos años, aún si hemos sabido seguir los tratamientos con todo el rigor, no estamos protegidos contra la invasión de cualquier bacteria que se ha hecho resistente. Esa resistencia, como lo vimos, no está en nosotros sino en la bacteria misma!
¿Qué debemos hacer?
Porque cada uno de nosotros puede aportar su grano de arena para evitar que la situación se agrave aún más. El peligro no es reversible, está instaurado. Sin embargo, aún nos quedan algunas medidas que cada uno, en su hogar, puede aplicar para frenar el desastre.
Entre esas medidas, están:
- Tomar consciencia de que los antibióticos no son útiles ni efectivos para combatir los virus. Una gripa no se cura con un antibiótico.
- Acatar las instrucciones del médico y seguir el tratamiento con rigor. Tanto en las dosis como en los días prescritos, en los horarios y demás instrucciones.
- Aún si nos sentimos mejor, que los síntomas han desaparecido, debemos completar el ciclo completo del tratamiento. Pueden quedar bacterias que no se manifiestan pero que, ante la suspensión del medicamento, se recuperan fortalecidas y listas para evolucionar con mayor virulencia.
- Jamás se deben adoptar las fórmulas populares de que una pastilla de antibiótico es suficiente para curar una gripa o cualquier otro mal. Definitivamente se debe dudar de la creencia popular de las combinaciones improvisadas, que no tienen ninguna base científica, como es la de combinar una pastilla de antibiótico con un medicamento para bajar la fiebre y aliviar los síntomas... Todo esto junto con un jugo de naranja...
- No presionar al médico para que nos formule, a nosotros o a nuestros hijos, un antibiótico. Muchas personas se sienten defraudadas cuando el médico simplemente les formula un analgésico o un antiinflamatorio.
- No tomar antibióticos formulados, así sea por un médico, para tratar infecciones anteriores. Aún si los síntomas son similares.
- No aconsejar un antibiótico a un amigo, vecino, familiar o colega. Tampoco recibir esos consejos de cualquier persona distinta al médico tratante.
- Insistir para que un antibiótico sea formulado después de que se haya examinado en laboratorio una muestra de la bacteria. No todos los antibióticos combaten todas las bacterias. Existe en este campo una especificidad bien clara que se debe respetar.
- Jamás pedirle consejo al farmaceuta o al expendedor de la droguería acerca del antibiótico que debería tomar.
- Tampoco aceptar jamás que le venda un antibiótico distinto al formulado bajo el pretexto de que son iguales...
Y si de verdad se le prescribe un tratamiento con antibióticos recuerde que éstos pueden afectar su flora intestinal. Durante el tratamiento, trate de alimentarse bien, con mucha verdura y frutas y con yogur enriquecido con probióticos.
Si es necesario y que su médico los aprueba, puede comprar en la droguería unas pastillas de probióticos que tomará durante el tratamiento y durante unos días adicionales. Estos ayudarán a la reconstrucción de su flora intestinal.
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