Lo pregunto de otra manera: ¿come usted cualquier cosa que pasa al frente suyo, sin siquiera darse cuenta? Le es difícil ver que su vecino come algo sin pellizcarle un bocado... ¿o dos? Cuando está en casa, y aún si está ocupado en cualquier menester, hace múltiples visitas a la cocina, la nevera, la alacena para buscar algo que ponerse debajo del diente?
Mejor dicho: aún si no tiene hambre, tiene que comer en todo momento, estar masticando cualquier cosa, caer frente a todo bocado que se atraviese en su camino?
Si su respuesta es positiva, es muy probable que usted sufra de compulsión frente a la comida. Le es casi imposible refrenar sus impulsos, estira la mano y pica de cualquier plato. Muchas veces, lo hace de manera casi inconsciente. Simplemente porque la compulsión le domina.
Finalmente, es algo irracional. Del que, quizá ni siquiera tenga de verdad consciencia. Es un gesto automático, irreflexivo. Con frecuencia, ese mismo gesto, repetido tantas veces durante el día, desemboca en una ganancia de varios kilos. De los cuales, hay que reconocerlo, usted mismo se extraña. Porque, como lo piensa sinceramente, usted no es un gran comedor y, a la hora de las comidas, sus raciones son más bien pequeñas.
A menos que le pongan al frente un canasto con pan, un plato con aceitunas o maíz tostado, o maní. Ahí, nadie responde... Ni siquiera usted mismo!
La compulsión frente a la comida no es un trastorno alimenticio como sí lo es la bulimia. De hecho, podríamos más bien calificarlo como un mal hábito alimenticio. Un hábito que, no pocas veces, aparece cuando se ha dejado de fumar y que, se supone, ayuda a calmar la falta de nicotina.
Y existe mucha diferencia entre el compulsivo y el bulímico. Este come a consciencia. Tiene la mente clara cuando busca la comida. Por supuesto, consume de manera incontrolada, casi compulsiva, pero es consciente de lo que hace. Y, entre más come, más quiere comer. Poco le importa que esté rozando la obesidad o haya entrado en ella.
Otra de las características del bulímico es que, con mucha frecuencia, come a escondidas. Puede ocurrir, en algunos casos, que se induzca a sí mismo el vómito. Pero, de igual manera, ese remordimiento temporal no le ayudará a dejar su afán de comer. Y comer sin parar, de día o de noche.
El compulsivo es bien distinto. En realidad, con mucha frecuencia, ni siquiera sabe por qué anda picando de un lado a otro bocados. Como dijimos, es un gesto irreflexivo, irracional, del que solo se puede liberar cuando toma consciencia y se interroga acerca de los porqués.
Enfrentar la compulsión y la bulimia requiere de distintas aproximaciones. La primera, que puede iniciarse como respuesta a un estado de permanente nerviosidad o estrés, no necesariamente requiere de la ayuda de un profesional de la salud. El compulsivo puede corregirse solo, con buena voluntad y con mucha consciencia de lo que hace y quiere hacer o dejar de hacer.
En cambio, quien sufre de bulimia sí requiere de un grupo de especialistas. Uno de ellos, quizá primordial, es el sicólogo o siquiatra. El segundo, indispensable también es un nutricionista. Como suelen presentarse complicaciones o trastornos derivados de la bulimia, puede así mismo necesitar de la ayuda de otros profesionales médicos. Uno podría llegar a ser un cardiólogo, otro un gastroenterólogo. Hasta ortopedistas podrían intervenir. Todo depende de cada caso individual.
Un experimento muy interesante se cumplió con un grupo de sicólogos americanos. Utilizaron un alimento que realmente despierta compulsión. Las crispetas o "pop-corns" o palomitas de maíz.
Invitaron entonces a un grupo de adolescentes a la proyección de una película y les compraron, a cada uno de ellos, un gran paquete de crispetas. Pero no los entregaron a todos por igual. En efecto, dividieron el grupo en dos. Al primero, les dieron sus palomitas y les dejaron ingresar a la sala. A cada muchacho del segundo grupo, le pidieron que se pusiera un guante grueso en la mano con la cual acostumbraban comer las crispetas y les indicaron que no se lo quitaran hasta terminar la película.
El resultado fue bastante claro. Cuando los muchachos salieron de la proyección, les entregaron el talego. Y los sicólogos pusieron los restos sobre una balanza.
Los talegos de los que pudieron comer sus crispetas libremente estaban casi vacíos. Muy distinta situación se presentó con los que tuvieron que usar guante: habían comido menos de la mitad de las porciones entregadas. O sea, casi 50 por ciento menos que los adolescentes del primer grupo. Porque, como dijeron, el guante les impidió tener libertad y cada crispeta que querían comer la tenían que agarrar con esfuerzo lo que los frenó.
Al ser interrogados, reconocieron que sí, habían visto su impulso refrenado y el hecho de llevar guante les había obligado a reflexionar antes de cumplir cada gesto destinado a agarrar una crispeta.
Este ejemplo se da a manera de ilustración de lo que usted, si sufre de compulsión, podría hacer para frenar sus impulsos. Es decir, establecer alguna forma de impedirles a sus manos actuar libremente y sin control. Por supuesto, en un primer momento, y aunque no se diera cuenta de su desorden en la comida, le puede hacer falta andar pellizcando de un lado y del otro bocados. Pero le será más fácil si lo toma con raciocinio y piensa que son hábitos mal adquiridos que se pueden corregir.
¿Le hace daño a su salud andar comiendo de un lado y del otro, a deshoras?
Sí y no. Sí porque va contra los consejos que suelen dar los nutricionistas en cuanto a acatar horarios estables para las comidas. Sí porque lo que se presenta como ideal es hacer las tres comidas principales más dos comidas livianas adicionales, una entre el desayuno y el almuerzo, otra durante la tarde. Y sí porque le puede llevar a ganar peso indeseado. Y sí porque acaba comiendo cualquier cosa, sin tener en cuenta si es muy salada, muy dulce, muy grasosa y, al final, inútil.
No porque lo que usted sufre no es un trastorno que le puede acarrear consecuencias serias. Por supuesto, sería preferible que lo que pica a derecha y siniestra sean bocados saludables. Pero, bien lo sabemos, su falta de reflexión no le permite hacer distinciones...
De todos modos, mejor es que trate de liberarse de sus antojos espontáneos y, tantas veces, no deseados ni buscados. Antojos que se abren simplemente porque se le presentó la oportunidad.
Si le es muy difícil, tenga a la mano una goma de mascar o unas nueces, unas frutas como uvas o fresas. Quizá le ayudarán a que su mano le obedezca sin que ande como loquita sin rumbo ni brújula...
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