"Hay sexo y hay amor, y hay amor sin sexo y sexo sin amor. Hay amor sexual".
Así comienza William Vayda el capítulo 12 de su libro "Foods for Moods". Una obra publicada por la editorial Geddes & Grosset, en la que el autor analiza una serie de circunstancias y estados de ánimo modulados o transformados por sustancias endógenas al cuerpo, y más específicamente al cerebro. En este capítulo, expone y argumenta en torno a lo que significa el amor físico y emocional, y la influencia que les aportan las hormonas, neurotransmisores y otros químicos.
Para sorprendernos, también en este terreno del amor y su química se entromete la alimentación. Mas no para hablar de los productos o preparaciones afrodisíacos, porque éstos no existen según Vayda, sino como alimentos que contienen químicos naturales que ayudarán a la producción de hormonas y transmisores que predisponen al amor.
Menciona como enfermedad -y esto me parece sorprendente- el desamor o la imposibilidad que viven y sienten muchas personas de enamorarse. Personas que son muy amigables, socialmente apreciadas, atractivas, cercanas del sexo opuesto y que, inclusive, pueden contraer matrimonio. Pero que no logran la experiencia de una pasión intensa, que no saben lo que es estar enamorado ciegamente. Como las personas cuyos ojos, por fallas, no distinguen los colores de un arco iris.
Pero este no es el único trastorno que se encuentra en el campo del amor. Todos los sabemos que existen muchas variantes, producto de desequilibrios neuroendocrinológicos o de fluctuaciones de varias sustancias. Están entonces los que sufren de celos patológicos, los ansiosos por una pérdida amorosa, los que pierden la libido. Aquellos que sufren del síndrome de la dependencia, los obsesivos. Todos afectados por un desarreglo químico en su cerebro, desequilibrio que repercuta en sus relaciones interpersonales.
Al igual que ocurre con otras emociones fuertes, el estar enamorado desata cambios químicos en nuestro cerebro. Pero no todos los amores siguen una misma pauta. De acuerdo con el neurofisiólogo de la Universidad de Columbia (N.Y.), Michael Liebowiz, existen tres tipos básicos de amor:
- El que involucra la adrenalina, amor puramente físico, que busca el orgasmo, la satisfacción física;
- Está el amor romántico, para el que el cerebro secreta una amplia gama de químicos conocidos como "enquefalinas", que ayudan a calmar el dolor pero también pueden dar lugar a alucinaciones, desilusión y sorprendente dificultad para pensar con claridad;
- Y está el amor marital que se asocia con los opiáceos naturales que el cerebro produce y que adormecen los sentidos.
Estos opiáceos son parecidos a la morfina y el cerebro los secreta en distintas circunstancias. Entre las cuales, en presencia del amor. Es cuando el cerebro, órgano maestro, pone en circulación un químico conocido como feniletilalanina, un derivado de la fenilalanina, aminoácido corriente en el organismo. Cuando el amor está en el auge, el cerebro se apresura en producir su químico, pero tan pronto siente que fracasa, la producción se suspende. La persona siente la ausencia y, cae en la misma sensación de depresión que sufre un adicto a quien le falta su droga.
La fenilalanina es utilizada por el cerebro para producir norepinefrina (noradrenalina), endorfinas y enquefalinas. Sustancias éstas que ayudan a calmar la sensación de dolor.
Numerosos son los alimentos que contienen el aminoácido fenilalanina. Se encuentran entre ellos:
- Las almendras y el maní
- Manzanas, bananos y piña
- Aguacate, tomates, zanahoria, perejil y remolacha
- Soya y fríjoles
- Carne de pollo y de res
- Entre los pescados, el arenque
- Leche y queso cottage
- Chocolate
Hablemos precisamente de éste, el chocolate. Se le extrae de unas semillas de Theobroma cacao, que significa alimento de dioses. Uno de sus principales ingredientes es un estimulante, la teobromina. Otro ingrediente es la fenilalanina.
Se comprende entonces por qué tanta gente, presa de males de amor, de desilusiones y otras penas, recurren al chocolate como calmante, para consolar el alma y el corazón.
En los antiguos mercados de México, el cacao era utilizado como moneda para el comercio. Y los cortesanos de Luis XV lo utilizaban como estimulante sexual. Más recientemente, algunos lo siguen viendo como uno de los grandes afrodisíacos.
De todos modos, por las sustancias que contiene, el chocolate sí puede equipararse a una droga. Produce adicción, y lo hemos comprobado.
Llegamos a los afrodisiacos. De nuevo entran sobre el terreno dos neurotransmisores: la dopamina y la serotonina. La primera, parcialmente comprometida con el sexo, se hace con tirosina, otro aminoácido, frecuente en el cuerpo. Se le encuentra actualmente en suplementos alimenticios pero no debe abusarse de ella porque su exceso puede dar lugar a enfermedades mentales.
La segunda, la serotonina, hecha de triptófano, puede excitar a la mujer pero no así al hombre. Se encuentra en los huevos, en la lecitina y la colina, sustancias que, junto con la vitamina B1 podría tener efectos notables para el comportamiento sexual.
Pero como tales, alimentos que desatan con furia el apetito sexual, no los hay. La imaginación, la loca del hogar, trabaja a grandes velocidades para crear imágenes donde no las hay... Y cada cual, según le conviene, las puede adoptar. Hablamos del cuerno del rinoceronte o del banano, de las ostras... ¿Algún parecido con los órganos sexuales del hombre y la mujer?