viernes, 7 de marzo de 2014

Hablemos del gluten



Hay conceptos y términos que de pronto hacen irrupción en nuestras vidas. Empiezan su trayectoria en los laboratorios, pasan por los medios de comunicación y llegan luego al lenguaje popular. Nos hablan de hechos o de productos que, en sí no son nuevos, pero que, hasta ese momento, no habíamos incorporado en nuestro saber cotidiano. Y que, por falta de divulgación no habían invadido los mercados.

Uno de estos términos es el gluten. Aquí, una vez más, nos encontramos frente a un trastorno de la salud inducido o derivado de la alimentación.

Por supuesto, esta proteína propia del trigo y del centeno no tiene nada de nuevo. De ella, y de sus efectos nocivos sobre el sistema digestivo hablaban los antiguos griegos, dos siglos antes de la era cristiana. Pero en los últimos años, y a raíz de la divulgación de numerosas investigaciones científicas, el gluten se convirtió en gran personaje. Muy popular y muy de salón aún si muchos de nosotros no sabemos muy bien en qué consiste y qué daños produce.

Una persona alérgica o que es intolerante al gluten puede sufrir de la enfermedad celiaca si no emprende una dieta alimenticia estrictamente libre de trigo, de centeno y a veces de avena y cebada. Estos dos últimos cereales pueden despertar en algunas personas intolerancia o alergia.

La enfermedad celiaca es mucho más frecuente de lo que se podría suponer. En un principio, se pensaba que solo afectaba a los recién nacidos y niños de baja edad. Sin embargo, se establece hoy que la enfermedad afecta a una de cada 1.500 personas en el mundo. Ya son personas adultas las diagnosticadas. Muchas de ellas entre los 30 y 45 años, otras muchas más allá de los 60 años. De acuerdo con las investigaciones, la frecuencia podría ser netamente superior pero muchas personas que la sufren cursan la vida sin ser detectadas. Como se verá, los síntomas de la enfermedad, lejos de ser específicos, pueden ser atribuidos a una gran variedad de distintos disturbios y trastornos gastrointestinales, digestivos o de otra índole.

¿Cuáles son los síntomas?

A grandes rasgos se habla de la aparición de una gran fatiga crónica que no parece tener causa aparente, y de pérdida de apetito y de peso. Pero, de manera más concreta, se citan otros síntomas tales como: aparición frecuente de úlceras en la boca, molestia abdominal con inflamación y flatulencia. Diarrea más náuseas con vómito y pérdida de peso junto con trastornos del apetito. La fatiga puede deberse a una anemia por falta de hierro y malabsorción del ácido fólico o vitamina B9.

La reacción puede ser dermatológica y extenderse a otras partes del cuerpo. Por ejemplo, habrá quienes sufran de prurito y dermatitis, irritaciones diversas de la piel, pequeñas pústulas ubicadas sobre todo en codos y rodillas.

Otras reacciones incluirán dolores en los músculos y articulaciones, tos, nariz irritada, ojos llorosos que rascan, dolores en el pecho, palpitaciones, depresión y cambios bruscos de los estados de ánimo.

Como se confirma, ninguno de estos síntomas es exclusivo de la enfermedad celiaca y solo un médico, gracias a una biopsia del intestino delgado puede confirmarla.

Los síntomas pueden aparecer de una manera abrupta, sin preaviso, a cualquier edad. O pueden ser como seguimiento a largos períodos de malestares estomacales y digestivos. La enfermedad afecta todo el sistema digestivo pero de manera muy especial, altera la integridad del intestino delgado. Es allí donde ocurre la reacción debida a la intolerancia, después de que el alimento ha atravesado el estómago.

Cuando la enfermedad celiaca no es detectada ni confirmada, la persona sigue perdiendo peso, se vuelve irascible, con trastornos serios del apetito, frecuentes náuseas y vómito. Si se trata de un niño, la condición de alud puede verse seriamente comprometida mientras degenera el estado general de la salud del pequeño.

Para contrarrestar la enfermedad no existen medicamentos. Tampoco existe cura. Es una condición que exige dieta alimenticia para toda la vida Y esa dieta, ya lo vimos, se basa en la eliminación total de todo lo que es o puede contener trigo y centeno. Para un grupo de personas, la dieta se debe extender a la supresión de otros cereales que contienen proteínas similares al gluten.

En un primer momento, la medida puede parecer drástica y muy difícil de acatar. Sin embargo, y precisamente por la gran divulgación que ha tenido la enfermedad en los últimos años, la industria alimenticia ha lanzado al mercado una inmensa variedad de alimentos libres de gluten. Así lo manifiestan en la etiqueta.

Aún con este aviso, las personas deben poner atención a la presencia insospechada de trigo. Es el caso, para dar unos ejemplos, de las salsas a las que se les agregan una o dos cucharadas de harina de trigo para espesarlas, o de los pudines que también se espesan con harina, o de las carnes, pollo o camarones escabechados o cubiertos de miga de pan, croquetas de papa u otros a los que igualmente se les agregó harina para compactar.

Otros alimentos deben ser eliminados porque incluyen, de manera insospechada, así sean mínimas cantidades, harina de trigo o de centeno, avena o cebada. Entre ellos:
- Ingredientes como el polvo para hornear, malta, el curry y la mostaza en polvo, especies como pimientas blanca y negra ya molidas, cubos de caldo.

- Pasta, aún algunas pastas del Lejano Oriente que, habiendo sido confeccionadas con harina de arroz, pueden contener trigo.

- Algunos cereales listos para el desayuno.

- Vinagretas para ensaladas ya listas.

- Algunos quesos procesados, algunos yogures saborizados.

- Salchichas, pies de carne, hamburguesas de carne de res, patés, alimentos enrobados en miga de pan o cereales.

- Nueces tostadas.

- Cervezas y bebidas a base de malta.

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