lunes, 6 de abril de 2015

El estrés sobre una balanza



Hagamos de cuenta que estamos frente a una balanza. Sobre uno de los platillos, ponemos 50 gramos de defensas contra el estrés. Sobre el segundo platillo amontonamos varios detonadores de estrés que suman 50 gramos.

O sea que la balanza debería permanecer equilibrada: cargas de 50 gramos de cada lado.

Sin embargo, muy pronto, uno de los platillos de va a inclinar. Porque los detonadores del estrés van a comenzar a pesar más de lo que se suponía. Veamos: 10 gramos, de los 50, estarán conformados por aire poluto, 15 gramos vendrán de los alimentos llamados basura (junk foods), 10 más serán los rezagos del alcohol. Al hacer la cuenta, solo le quedarán 15 gramos para defenderse y tratar de que no desfallezca la balanza bajo la poca resistencia que ha dejado para luchar contra el estrés.

Muchos conceptos han sido aceptados por las personas. Por ejemplo, los fumadores parecen haber aceptado que deben complementar su dieta con alimentos muy ricos en vitamina que podrían palear los efectos nocivos del tabaco. Otras muchas personas aceptan que deberán suprimir el postre después del almuerzo si no completaron su rutina de ejercicios.

Estas pequeñas medidas de precaución pueden llevar a que la balanza de la salud vuelva a equilibrarse. 

Pero aún falta mucho para lograr que todos nosotros asumamos esas pequeñas restricciones. Por ejemplo, una de ellas podría ser la de restringir  en nuestra dieta los alimentos refinados. Otra, el de limitar el consumo de bebidas alcohólicas. Otra más, el de aumentar las verduras y frutas por un lado, y suprimir los fritos por el otro.

Porque quizá no todos hemos pensado -y aceptado- que el estrés también entra por la boca. A través de lo que tomamos y comemos. Ya no se trata simplemente de que haya polución en el aire, o de que nos atropellen los metales pesados, o de que nuestros alimentos estén llenos de insecticidas, antibióticos y otros químicos.

El estrés es igualmente un símil de la polución, sobre todo el estrés que se deriva de los alimentos que entran a nuestro organismo.

En la sociedad moderna en la que estamos sumergidos, nuestro cuerpo se ve atropellado por muchas agresiones. Y esto lo afecta. Sin embargo, el órgano que más sufre por ello es el hígado. Por muchas razones. Por ejemplo, una de sus grandes y agobiantes tareas es el de estar transformando las moléculas de los alimentos que comemos para convertirlas en distintos elementos: algunos de ellos como sustancias de reserva, otros para la construcción de las células, otros para fortalecer el sistema de defensas.

También el hígado debe trabajar arduamente para desintoxicar y purificar cada elemento extraño o sustancia química que penetra a través de los alimentos (antibióticos, colorantes, preservativos). Así mismo, debe modular otras sustancias como las grasas, el exceso de carbohidratos o de proteínas y todas las bebidas alcohólicas.

Como si esto no fuera suficiente, al hígado -ya maltrecho- le corresponde destruir las hormonas que ya han cumplido con su misión de transportar y depositar sus mensajes.

Si seguimos atiborrando al hígado de más tareas, sus energías comienzan a desfallecer. A ese momento, ya no podrá cargar las hormonas que dan la alerta y éstas quedarán atascadas en el flujo sanguíneo lo que, a la larga, lleva a una acumulación de sustancias con efectos secundarios desagradables.

Así que comiendo cantidades grandes, o permanentes, de alimentos refinados, de platos ya listos o de comida basura, sometemos nuestro organismo a un estrés que, en un principio es taimado pero que, a la larga, se manifiesta con su dosis de toxicidad. Además, y mientras tanto, nuestro organismo comienza a invertir sus reservas de vitaminas y de otras sustancias provenientes de nuestro sistema de enzimas. Ponemos entonces una tensión indebida sobre la maquinaria de nuestro cuerpo lo que lo vuelve susceptible a contraer una gama amplia de enfermedades tanto del cuerpo como de la mente.

Volvamos a nuestra balanza: sobre el platillo de los elementos que desencadenan el estrés, vuelven a colocarse el aire producto de la polución, los aditivos y químicos que acompañan los alimentos, la incapacidad de manejar algunos alimentos poco saludables más el estrés que es propio de la vida moderna. El resultado ya lo imaginamos: la aparición de enfermedades. Porque el hígado quedó vencido por tantas agresiones.

¿Cómo evitar que el estrés entre por la boca?

1) Observe la dieta que suele mantener y mire si uno o más alimentos le resultan desfavorables. En general, la dieta vegetariana es considerada como saludable. Sin embargo, usted puede reaccionar contra algunas sustancias que se encuentran en frutas y verduras, conocidas como salicilatos, lo que lo obligaría a restringir su dieta. Consulte con un nutricionista antes de asumir una dieta vegetariana. Mediante un test 
él podrá determinar qué alimentos pueden causarle daño.

2) Una vez que usted ha decidido el tipo de dieta que le conviene a su metabolismo, analice cuáles son los alimentos o sustancias que le producen menos estrés o molestias. Por ejemplo, usted puede reaccionar mal ante ciertas leguminosas o ante los productos lácteos. A ese momento, elimínelos de su dieta pero trate de compensar con otros sustitutos.

3) Trate de no abusar de los alimentos refinados o procesados. Si constituyen parte importante de su dieta y si no los quiere o puede eliminar, trate de complementarlos con buenas cantidades de frutas y verduras frescas para que su cuerpo se recupere.

4) Bajo el consejo de su médico o del nutricionista, incluya en su dieta vitaminas y minerales para que sus enzimas funcionen de manera apropiada. A veces, si la dieta no está equilibrada, se hace necesario tomar algunas vitaminas o minerales en forma de suplementos para que su organismo se haga más fuerte para vencer el estrés.

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