Pero se ha de creer que no come cualquier cosa. Entre otras, rechaza la comida basura porque lo aturde... Es un gourmet que selecciona muy bien sus alimentos. Hay que decir por demás que, entre sus meollos parecen gestarse varias batallas. Neurotransmisores que quieren dominar, aminoácidos que buscan primacía y para ello destruyen a otros. Batallas de las que saldrán los vencedores que determinarán la agilidad y lucidez del cerebro o, por el contrario, su apatía pobreza.
Es una realidad: la alimentación es un factor determinante para la composición y el mecanismo químicos del gran señor. Esa misma alimentación lo pone perezoso o lo activa, incentiva su memoria o la apaga, lo deja letárgico o pleno de vitalidad. Y él, ese cerebro, como un gran rey en su corte, necesita mantenerse rodeado por sus siervos para sentirse pleno y feliz.
Veamos unos ejemplos: el cerebro de una persona que come mucho azúcar, grasas saturadas en cantidad, que bebe buenas dosis de alcohol funciona con menos eficiencia que el de una persona que lleva una dieta rica en proteínas, en cereales completos y verduras. Así sean recibidas por microgramos, las sustancias transportadas hasta el cerebro, a través de la sangre, lo afectan de manera trascendental, a veces de forma pasajera, otras permanente. Es tanta la influencia que se habla de lo que significa la alimentación -el Buen Comer- para la protección posterior contra una demencia senil o la enfermedad de Alzheimer.
Para funcionar bien, el cerebro necesita lípidos o grasas, vitaminas y minerales. Necesita proteínas y carbohidratos o azúcares y almidón. Pero cada uno de estos debe ser seleccionado con minucia.
Comencemos con las grasas. Ya sabemos que existen muchas grasas, unas saturadas, otras no. Otras más poliinsaturadas. Y están las trans. Para el desarrollo, el mantenimiento y la conservación de las capacidades cerebrales las grasas saturadas -de origen animal- son perversas. Sobre todo cuando se consumen en exceso. Hablamos de las carnes y jamones o salchichas grasos, de la mantequilla y el queso, de los aceites aún vegetales pero hidrogenados (trans). Todos ellos amenazan al cerebro con sufrir de alteraciones intelectuales. Pero atención: es igualmente dañino el exceso de Omega 6 que se encuentra en la mayoría de los aceites vegetales y las margarinas. Por el contrario, los riesgos se disminuyen a la mitad con el consumo de pescado y probablemente de los aceites ricos en Omega 3 como el aceite de colza. En cuanto a los aceites de oliva y ajonjolí, su influencia parece ser neutra.
Las vitaminas. Nos concentramos en las de la familia B y en la E. Las primeras son especiales para todo lo que es el sistema nervioso y, entre ellas, hacemos énfasis en la B9 y la B12. Cuando una alimentación es pobre o carece de ellas, el riesgo de sufrir, una década después, de atrofias cerebrales o de un Alzheimer se ve multiplicado por dos o por tres. Estas vitaminas cumplen un papel específico sobre las células nerviosas y para la protección del cerebro. La vitamina B9 se encuentra en la mayoría de las verduras verdes (especialmente los berros, las espinacas, el repollo y las lechugas), y en las frutas, entre las cuales tienen la prioridad las fresas y demás frutos rojos, el melón, los cítricos y el banano. Se le encuentra también en las nueces y avellanas y en los frutos secos (albaricoques, ciruelas y uvas pasas), así como en el hígado de res o ternera y en los quesos fermentados como el roquefort y el camembert. El inconveniente de éstos es su alto contenido en grasas saturadas por lo cual, aún si no sufre de colesterol alto, se debe limitar su consumo.
Por su parte, la vitamina B12 solo figura en los alimentos de origen animal: carnes, pescado, huevos y, en menores cantidades, en la leche y sus derivados. Se concluye entonces que las dietas vegetarianas estrictas, que excluyen huevos y lácteos, no son óptimas para el cerebro.
Está igualmente la vitamina E. Grandes consumidores de ésta ven reducido en un 60 por ciento el riesgo de contraer Alzheimer. La E se encuentra en los aceites vegetales, nueces, almendras y avellanas, germen de trigo, pescados grasos como el salmón, pan de centeno, huevos y verduras.
Los minerales: vuelven al terreno las nueces, incluido el maní, ricas en boro, incentivador de la actividad cerebral. Este mineral se encuentra además en las leguminosas, las verduras de hojas como el brócoli y las frutas, entre las cuales las manzanas y peras, duraznos y uvas.
Está además el hierro: investigaciones comprobaron que la actividad cerebral de adultos mayores que consumían suficientes cantidades de hierro se equiparaba a la de adultos jóvenes. El hierro se encuentra en verduras de hojas verdes, el hígado, la carne roja, los mariscos, la soya.
El zinc es otro de los minerales fundamentales para el cerebro. Actúa sobre la memoria y la atención o concentración. Se le encuentra en productos de mar (ostras y pescados), leguminosas, cereales integrales y la carne oscura del pavo.
Estamos ahora en el terreno de las proteínas. Se ha establecido como norma fundamental que los carbohidratos, en especial los azúcares, reducen la actividad cerebral. Esto se debe a que aportan sustancias que incentivan la producción de serotonina, neurotransmisor que aletarga el cerebro y causa somnolencia. La actividad cerebral en cambio se ve incentivada cuando se ingieren proteínas. Por ello, si desea mantenerse alerta, evite excederse en el consumo de dulces y galletas, tortas, helados, cereales azucarados, pastas y arroz refinados. Una alternativa es consumirlos acompañados de una proteína. Leche con cereales, por ejemplo. Para la lucidez y el buen funcionamiento del cerebro se resaltan las proteínas aportadas por los frutos de mar bajos en grasa, la pechuga de pavo, la leche y el yogur descremados, la carne magra. Con su proporción de proteínas, las proteínas también entran en la selección.
Y para un golpe de energía, ¿por qué no pensar en un café? Por supuesto, su efecto es instantáneo pero no duradero. Es válido para unas horas mas no se le considera como alimento necesario para la salud cerebral. Es amigo de una actividad cerebral más avezada. Un buen café al despertar, otro para después de almuerzo eliminan el adormecimiento y reactivan las funciones mentales.
No puede decirse lo mismo de otra bebida: el alcohol. Dos copas de vino rojo son amigas del cerebro y de todo el cuerpo. Mas cantidades superiores de cualquier alcohol producen daños irreversibles. Alguien lo comentaba en una oportunidad: es como si el alcohol carcomiera las neuronas! Cerebros de jóvenes alcohólicos mostraron daños como el encogimiento de la corteza, especialmente la frontal que se relaciona con la memoria y alteraciones en las estructuras cerebrales.
Vemos en cambio el inmenso beneficio que produce el amamantamiento en el cerebro de los recién nacidos. El hecho de alimentar al seno a los bebés ha demostrado, según diversas investigaciones, elevar el coeficiente intelectual (QI) de estos bebés. Aunque no se ha determinado con exactitud la causa, a leche materna incentiva la formación y desarrollo del cerebro aún de los bebés prematuros. Se ha establecido que este beneficio perdura a través del crecimiento. Mediante el seguimiento de niños que fueron amamantados y otros que no lo fueron, se indicó que los primeros obtuvieron 10 puntos más en el QI que los segundos.
Ya lo dijimos, el cerebro es un gourmet!
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