Tengo que perder cuatro kilos... El médico me ordenó perder ocho kilos... Necesito adelgazar, ningún pantalón me cabe ya...
¡Cuántas veces hemos escuchado estas quejas, lamentos, malos humores, palabras que dan la sensación de estar al borde de una catástrofe!
Porque sí, la gran mayoría de las personas se quejan de que han subido de uno o dos kilos, a veces más. Aunque, en realidad, las personas de verdad obesas rara vez manifiestan su desazón frente a la necesidad de rebajar de peso.
En cambio, ¿cuántas personas hemos escuchado lamentarse porque se encuentran muy delgadas y no logran subir ni siquiera un kilo? Y si lo ganan ese precioso kilo, no logran guardarlo por mucho tiempo porque parece derretirse en segundos...
Hagamos un paralelo un poco brusco: ¡cuántas mujeres buscan abortar frente a cuántas otras -y son muchas- no logran un embarazo! Podríamos preguntarnos, con cierta razón: ¿es esto justo?
Regresemos a nuestra charla. Muchas personas necesitan o desean ganar kilos pero, por encima de todos los esfuerzos que despliegan, encuentran una negativa: no lo logran. Y esto, aunque no lo queramos aceptar, las pone tristes. Muchas, por lo menos las mujeres, muchas quisieran tener una silueta más atractiva, con redondeces que inspiren a los hombres algunos pensamientos un poco alegres...
¿Qué sucede con estas personas, hombres y mujeres, para quienes engordar se ha convertido en una tarea inalcanzable?
Muchas son las razones por las cuales las persigue la extrema delgadez. Veamos algunas de ellas.
1) Por supuesto, la herencia juega un papel fundamental. Por una parte, es cuestión genética. Por la otra, está la morfología y la conformación del cuerpo. Padres delgados suelen tener hijos delgados. A menos que se cometan errores como los de ganar demasiado peso durante el embarazo u obligar y acostumbrar al bebé, luego niño, a comer en exceso, mucho más de sus requerimientos.
2) Puede haber anorexia nerviosa (puede estar vigente o haberse presentado). Los desórdenes en la alimentación se corrigen pero difícilmente. Involucran razones sicológicas y emocionales que deben tratarse con la ayuda de profesionales y con mucha comprensión por parte de los padres.
3) El estrés. En algunas personas las lleva a desfogar sus ansiedades con la comida. Pero en otras, el estrés corta el apetito, afecta la digestión y el metabolismo o la velocidad con la que un organismo quema sus calorías. Puede tener un fuerte impacto tanto en lo que comemos como en las cantidades y los horarios.
4) Mala absorción que puede presentarse por varias razones entre las cuales la poca secreción de jugos gástricos capaces de romper los alimentos, dividirlos para extraer los nutrientes y rechazar el bagazo. Puede manifestarse con algunos síntomas relacionados con la digestión como son la flatulencia, colitis, diverticulitis.
5) Parásitos. Un disbalance de la flora intestinal y la presencia de parásitos afecta la digestión y la absorción de nutrientes lo que conduce a la pérdida de peso.
6) Mal funcionamiento del hígado. Este, que es un órgano maestro, el químico del organismo, es el encargado de la digestión de las proteínas, carbohidratos y grasas. Si el hígado no funciona bien, quedan comprometidas las funciones de digestión y absorción de los macronutrientes relacionados.
7) Tiroides súper activa. Esta es una excusa que, con frecuencia, se utiliza para explicar o justificar excesos de kilos. Cuando es real el hipotiroidismo, se presenta una rapidez excesiva en el proceso de quemar calorías lo que se deriva en pérdida de peso. Otros síntomas del hipotiroidismo incluyen sentir bocanadas de calor, insomnio, irritabilidad, nerviosismo, cambios en la evacuación (estreñimiento o diarrea).
8) Alergias alimenticias, intolerancias, trastorno celiaco.
9) Enfermedad severa, sobre todo cuando se presenta una inesperada y muy rápida de peso, lo que debe ser investigado. Podría tratarse de diabetes, Sida, cáncer.
10) Tratamientos médicos como la quimio y la radioterapia, cirugías.
¿Qué hacer?
Ante todo, tener precaución y paciencia. No se trata de ponerse a comer de todo, de manera desaforada porque resulta inútil , en cambio, su organismo se resiente. Aquí, más que nunca se trata de comer con la cabeza, sopesando los alimentos y sus nutrientes y aprendiendo a seleccionar los que más beneficios le aportan. Así no sean lo que más kilos le darán.
El primer paso es analizar lo que puede estarle sucediendo y tratar de definir si habrían razones subyacentes que le impidan ganar los kilos deseados.
Por supuesto, la consulta con un médico y con un nutricionista es indispensable. Ambos profesionales le orientarán para, si es necesario, consultar con otros especialistas y corregir trastornos o situaciones adversas.
En alimentación:
- Busque retoños de alfalfa. Son excelentes proveedores de vitaminas y minerales además de fortalecer el sistema de energías.
- Granos o cereales integrales, incluidos el arroz, la avena, el milo y la quinoa, el trigo (si consigue el sarraceno mejor). Mezcle una cucharada de aceite de oliva y semillas de linaza o de ahuyama. Esto le incrementará las cualidades de los cereales.
- Jugos de verduras y frutas recién exprimidos o licuados. Son especialmente benéficos cuando hay mala absorción de los nutrientes y cuando se encuentra en convalecencia de alguna enfermedad.
- Acidos grasos esenciales. Incluya en su dieta pescados grasos, nueces, semillas, aguacate, aceite de oliva. Consuma igualmente productos lácteos. Todos ellos le proporcionarán energías a la vez que agilizarán el metabolismo.
- Si el médico lo autoriza, tome suplementos de vitaminas y minerales, entre éstos, el zinc y el magnesio.
Evite:
La cafeína tanto en el chocolate como en el café, el té y las colas.
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